Los grandes almacenes y el nuevo comercio retail
Tras los gloriosos años 20 del siglo XX, la década de los 30 experimenta una profunda crisis a nivel mundial. A raíz de la caída del dólar en 1929 se inicia una gravísima depresión económica, momento en el que se empiezan a consolidar los regímenes autoritarios. España, además, queda marcada en la segunda mitad de esa década por la Guerra Civil.
Desde mediados del siglo XIX surgieron en Madrid comercios con una amplia variedad y selección de artículos, en donde la confección ocupaba un espacio destacado. Desde los más tempranos, denominados pasajes, como los de San Felipe Neri, Caballero de Gracia o el situado en Espoz y Mina, a los más recientes de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, donde destacan Le Tout Paris, El Bazar X, La Villa de Madrid o El Águila. A estos comercios asistía la realeza, teniendo muchos de ellos el distintivo de “Proveedor Real”.
Los grandes almacenes instauran una nueva y moderna manera de comercializar y consumir moda
Le Tout Paris o New England, fueron algunos de esos almacenes de moda o comercio de la época que, curiosamente, al igual que las modistas con el título de “madame”, ponían nombres extranjeros para elevar la categoría de su negocio. Este uso será muy común, especialmente por las relaciones de comercio con Francia y en especial, París, referente de la moda en aquella época donde aristócratas, miembros de la realeza y hasta costureras iban a la capital francesa a conocer las novedades, llenar sus armarios o comprar patrones que después reproducirían en España.
Estos espacios comerciales y la influencia del extranjero, narran la tradición de los grandes almacenes que se remonta los años 20 cuando se inauguraron en la capital los Almacenes Rodríguez (1922), los Almacenes Simeón (1923), los Almacenes Madrid-París (1924), los Almacenes San Mateo (1925), los Almacenes Progreso (1926), entre muchos otros, y que progresan El Corte Inglés y Galerías Preciados.
Fue la Sociedad Madrid-París quién compró el solar en el número 32 de la Gran Vía, donde se instalarán los Grandes Almacenes Madrid-París. Estos fueron inaugurados en 1924 por el rey Alfonso XIII y en ellos la sociedad madrileña empezó a comprar las últimas novedades y artículos de moda. Ningún otro los supera en monumentalidad. Fueron los primeros en reproducir el esquema por departamentos habitual que ya tenía el país vecino, instaurando así una nueva y moderna manera de comercializar y consumir moda. Tal innovación duró poco y en 1934 fueron sustituídos por los Almacenes SEPU (Sociedad Española de Precios Únicos) que incorporaba una novedad: la del precio único, adelantándose al “todo a cien” que invadiría las calles a finales de siglo.
Aun así, previo al conflicto bélico, se establecen en 1935 los almacenes El Corte Inglés, un departamento comercial, que continúa activo a día de hoy, y que se inició con pequeñas sucursales. Más tarde, abrirá Galerías Preciados (1943), convirtiéndose en rivales por seguir un modelo prácticamente idéntico.
El Corte Inglés y Galerías Preciados se convierten en rivales por seguir un modelo prácticamente idéntico
Ambos almacenes habían surgido de un mismo núcleo: las dos familias habían emigrado a Cuba y, al hacer fortuna, cada uno emprendió su propio negocio. La competencia fue dura: allá donde se abría un Corte Inglés, haría lo propio Galerías Preciados. Hasta que el primero absorbió al segundo en 1995.
Ramón Areces Rodríguez, fundador de El Corte Inglés, trajo de Cuba los usos y costumbres de los almacenes El Encanto: el servicio al cliente, la atención personalizada, las escaleras automáticas, la ventilación o aromatización de estancias, y creó así los primeros grandes almacenes españoles.
Para aquellos que no habían sufrido los efectos de la Gran Depresión, la moda continuó mirando a Paris (Chanel, Schiaparelli y Vionnet) al glamour de las actrices de Hollywood (figura de la femme fatale). Revistas como la madrileña Estampa, recogían estas tendencias en su sección para la mujer.
Por las calles de Madrid se veía a mujeres con trajes sastre para el día: la chaqueta con los hombros marcados y la falda, que seguía llevándose a la altura de las pantorrillas, gana en movimiento y amplitud, al igual que los pantalones, que son mucho más amplios. Estos conjuntos se acompañaban de sombreros pequeños que se inclinaban hacia el ojo, y guantes. Todo ello abordado de una manera más sobria que en el pasado, especialmente en los cortes y en los tonos, más oscuros y apagados. Se trata de una feminidad más conservadora, que se corresponde con los tiempos convulsos que vivía el país.
El estallido de la guerra en 1936, dará lugar a la salida del país de modistas como Balenciaga o Pedro Rodríguez, y truncará el recorrido de la Alta Costura que se verá limitada a grupos selectos, en particular por la escasez de tejidos. Flora Villarreal y Asunción Bastida, se vieron obligadas a cerrar su talleres.
Muchas casas y talleres se colectivizan. Isaura y Rosario mantuvieron la suya gracias al intercambio de telas y el taller de Loewe, en la calle Barquillo, se usó para la producción de uniformes.
Madrid se convirtió en una ciudad revolucionaria donde se encontraban a mujeres republicanas (milicianas) vestidas con monos azules (al igual que los hombres) o faldas pantalón. Ambas prendas reflejan la incorporación de la mujer al mundo laboral o al bélico, a raíz de los conflictos que sufrió Europa en la primera mitad del siglo XX.
Esa aparente sencillez de formas también se encontraba en la noche. Aún siendo vestidos de gran lujo, el corte al bies era famoso por modelar el cuerpo ligeramente.
La Alta Costura también llegó a la capital con la apertura de las casas como la Cristóbal Balenciaga a finales de los años veinte, con el nombre de Eisa B.E., contracción del apellido de su madre, Eisaguirre. Asunción Bastida también lo haría en 1934.
Las pérdidas durante la guerra llevaron a la población a recuperar ese “negro español”, esta vez, como símbolo del continuo luto.
Al finalizar la guerra los modistos regresaron del exilio y reabrieron las casas de costura mencionadas anteriormente, al igual que tiendas como la de Loewe. Pero no todo el talento regresó y un ejemplo de ello es Francisco Rabaneda y Cuervo, conocido popularmente como Paco Rabanne.
Su madre fue una de las costureras jefas de Balenciaga, y tras la muerte de su marido durante la Guerra Civil, se exilió con su hijo a París en 1938. Años más tarde Paco Rabanne revolucionaría la moda francesa gracias a sus sorprendentes vestidos metálicos. El gran diseñador siempre ha celebrado con orgullo sus orígenes españoles.
Loewe inaugura en 1939 su tienda de la calle Gran Vía 8, la tienda más antigua de la firma en la actualidad. Según Sheila Loewe, este establecimiento ya había sido alquilado antes de la contienda, pero fue desmantelado.
Diseñada por el arquitecto Francisco Ferrer Bartolomé y famosa por su escalera curva en el interior, con esta tienda se inicia la expresión “ir de escaparates”. La belleza y labor artística que realizaba el entonces director creativo de Loewe, Pérez de Rozas, causaba una profunda impresión en los madrileños que vivían rodeados de una gran austeridad. Ese derroche de fantasía provocaba que la gente quedara fascinada hasta el punto de que cuando se instalaba alguno, esperaban por la noche para poder ser los primeros en disfrutarlos.